Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1881-1882 (Cortes de 1881 a 1884)
Sesión: 26 de junio de 1882
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 161, 4816-4822
Tema: Interpelación de Moret sobre la situación política

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene V. S.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): El tono verdaderamente amistoso que mi distinguido amigo el Sr. Moret ha dado a su discurso, me impone el deber que he de cumplir con sumo gusto de encerrar mi respuesta en límites tan benévolos como los que han servido de marco a su bellísima peroración; y dispénseme mi distinguido amigo el Sr. Moret que no haya contestado inmediatamente a su discurso, porque deseaba también oír a mis antiguos amigos los señores general López Domínguez y Linares Rivas, a fin de poder abrazar en una sola la contestación a los tres. No voy a pronunciar un discurso; voy más bien a departir amigablemente con estos señores, porque a esta hora y con el calor que hace, es un poco difícil, al menos para mi lo es mucho, remontarse a las alturas de la elocuencia; y por otra parte, el tono que se ha dado al debate me autoriza hasta cierto punto para usar una forma familiar, siempre dentro de los límites del respeto debido al Parlamento, al que no he de faltar ni con este ni con ningún otro motivo.

No creía el Gobierno necesario este debate político, no lo creía necesario, porque en realidad no había necesidad, ni ha habido reto de una parte a otra; al menos yo no he tenido nunca el ánimo de retar a nadie, y puedo decir que, menos que a nadie, al Sr. Moret. No creía el Gobierno necesario reñir batallas, y claro está que no había de reñir batallas; es natural que si el Gobierno no quería reñirla ni quería presentarla, no por eso dejaba de estar siempre dispuesto a aceptar todas las que se le presentaran, prescindiendo de quien fuera el que quisiera presentarlas; y escudado en la razón de su conducta y apoyado en la razón de su causa, estaba dispuesto a resistir y a poner en la resistencia el mismo vigor y el mismo denuedo que se emplearan en el ataque.

Pero afortunadamente no se trata hoy de pelear. El debate iniciado por el Sr. Moret es más bien que una batalla una especie de reconocimiento que tiene por objeto investigar las posiciones respectivas de los ejércitos beligerantes, su estructura, su composición, la fuerza de su disciplina, y hasta los recursos de boca y guerra con que cuentan. Y ha hecho bien el señor Moret, está en su derecho; ha hecho bien en definir los límites que fijan la posición suya y la de sus amigos; pero me va a permitir el Sr. Moret que le diga que si ha sido exacto al fijar los límites de su situación, no ha sido tan exacto al determinar los de la situación del Gobierno, ni con respecto al partido conservador, ni con respecto a las demás fracciones de la Cámara.

Rectificar estos errores que el Sr. Moret ha cometido, sin duda involuntariamente, es el objeto principal de las breves frases que voy a tener el honor de dirigir al Congreso. ¿De qué se trata, qué se pretende, mejor dicho, cuando se dice que el Gobierno debe hacer política de la izquierda, que debe inclinarse a la izquierda, que debe contribuir a formar una gran izquierda? ¿Se quiere decir, cuando de esto se habla, que el Gobierno debe oponer soluciones liberales a las soluciones conservadoras que el partido conservador nos dejó? Pues si es esto, yo declaro que es inútil la recomendación, porque el Gobierno no hace otra cosa desde su advenimiento al poder, ni piensa hacer otra cosa; y esto se demuestra sin más que observar que ni en las cuestiones económicas, ni en las administrativas, ni en las políticas, deja en pie nada de lo que respecto de esas cuestiones hizo el partido conservador, y que en las unas como en las otras, como en todas, lleva el Gobierno el espíritu liberal a que venía comprometido por su programa y por sus antecedentes.

Pero cuando se dice que el Gobierno debe inclinarse a la izquierda, y que debe marchar con la izquierda, y que debe formar una gran izquierda, ¿se quiere decir que el Gobierno actual debe gobernar con los principios de la democracia, debe marchar bajo la dirección de los elementos democráticos, debe aceptar las soluciones de la escuela democrática? ¿Se quiere decir esto? Pues en este caso, señores, yo tengo que ser muy explícito y tengo que decir terminantemente la opinión del Gobierno, que creo es la opinión de todo el partido liberal.

Señores, el partido liberal tiene programa propio, fuerzas propias, procedimientos propios, y teniendo como tiene programa, fuerzas y procedimientos propios, claro es que no puede hacer la política del partido democrático, sino la suya propia, que no es seguramente la del partido democrático. Es más: si hiciera la política del partido democrático, los demócratas no serían amigos benévolos del Gobierno, serían sus amigos y correligionarios; a ello podríamos llegar si continuando nosotros con nuestro programa, los demócratas retrasasen un poco su marcha para encontrarnos en el camino: yo me alegraré de que así suceda; yo estimo en mucho la benevolencia democrática; deseo que continúe; a ella debo grandes favores, no lo niega el Gobierno; pero la benevolencia democrática a cambio de que el Gobierno haga la política del partido democrático, esa no la puede aceptar: la acepta con mucho gusto a cambio de que el Gobierno actual realice en el poder todos los compromisos que contrajo en la oposición, llevando a cabo su programa y sus principios por medio de sus procedimientos, pero no por medio de los procedimientos de la escuela democrática.

Y después, yo encuentro cierta contradicción en el Sr. Moret, porque primero parecía que deseaba que se formara una gran izquierda, que yo fuera el núcleo de esa gran izquierda, y después parece que proclama la necesidad de una izquierda democrática: y es menester hacer una de estas dos cosas: si quiere lo segundo el Sr. Moret, tiene que renunciar a lo primero. Yo no lo creo realizable, y debo añadir que tampoco conveniente. Ya que hemos entrado en este debate, es preciso que queden bien deslindadas las diferencias que existen entre el partido democrático y el partido liberal; el [4816] partido democrático hasta hoy quiere la vuelta a la Constitución del 69, y el partido liberal, creyendo que el atraso de las costumbres políticas que en España se encuentra es debido al cúmulo de Constituciones que se han promulgado hasta hoy, creyendo que no basta consignar los derechos de los pueblos en los Códigos fundamentales; creyendo que no hay nada más peligroso sino que cada partido venga al poder con su Constitución debajo del brazo; creyendo que no hay nada más peligroso que no acabar de una vez y definitivamente con los períodos constituyentes, acepta la Constitución actual, y con ella pretende gobernar (y con esto contesto a mi amigo el señor general López Domínguez), desenvolviendo dentro de ella los principios del partido constitucional con el espíritu de la Constitución de 1869.

Podría muy bien aprovechar esta ocasión para contestar al Sr. López Domínguez; pero no quiero interrumpir la enumeración de estas diferencias entre el partido democrático y el partido liberal, limitándome a decir por ahora a S. S. que la Constitución del 76 con los principios del partido constitucional inspirados en la Constitución del 69, fue la base de la fusión, y por eso no fue ésta una coalición, como ha supuesto el Sr. Linares Rivas, sino un partido que tiene la Constitución determinada, aceptada por todos, y unos mismos principios que desenvolver dentro de ella: que se me diga si hay otro partido que tenga sus ideales tan definidos y tan claros.

Pero vuelvo a las diferencias. El partido democrático quiere el sufragio universal inmediato; y el partido liberal, que lo considera como una aspiración para el porvenir, cree que mientras la educación política no sea más perfecta, y pueda la capacidad neutralizar por lo menos el número, lejos de ser el sufragio universal procedimiento favorable para realizar la libertad, es en ocasiones procedimiento perjudicial para la misma, porque es más fácil mistificarlo en el estado en que se encuentran la mayor parte de los pueblos, y puede traer, aceptando el criterio del número en absoluto sobre el de la calidad, el predominio de la ignorancia sobre la inteligencia (Aplausos en los bancos de la minoría conservadora), y el dominio de la ignorancia sobre la inteligencia no conduce más que al oscurantismo y a la reacción.

El partido democrático quiere el Jurado como único tribunal en España para toda clase de delitos; el Jurado con competencia lo mismo en los asuntos civiles que en los criminales: el partido liberal piensa que el Jurado debe establecerse para aquellos delitos de más difícil comprensión, dejando que vaya extendiéndose el campo de su dominación y de su competencia por la imparcialidad y la rectitud de sus veredictos.

El partido democrático quiere llevar a las cuestiones económicas y arancelarias el criterio del librecambio; el partido liberal entiende que deben respetarse los intereses creados a la sombra de las leyes, para que vayan modificándose y cambiando y adquieran y conquisten los privilegios y auxilios con que cuentan otros intereses, a fin de proporcionar igualdad en la lucha entre nuestros intereses y los intereses extranjeros.

El partido democrático quiere llevar a todas las cuestiones de Estado, a todas las soluciones de los asuntos políticos las fórmulas absolutas de la ciencia; y el partido liberal cree que esas fórmulas absolutas debe modificarse con el contacto, al roce, al calor de las circunstancias, de las condiciones, de las costumbres, de las tradiciones y hasta de las preocupaciones de los pueblos que se han de gobernar.

Ahora me dirá el partido democrático; pero el señor Sagasta declara que somos más liberales que ese partido. No declaro semejante cosa; declaro sí que sois más radicales, lo cual no es lo mismo, porque no son los procedimientos radicales los que dan mayor libertad; como que muchas veces los procedimientos radicales en vez de ser favorables son contrarios al desenvolvimiento de la libertad; y de todos modos, donde quiera que la libertad existe, no es hija de su procedimiento.

En Francia, Sres. Diputados, ha habido muchas veces sufragio universal, y en Inglaterra no le ha habido nunca, ni es de esperar que lo haya en mucho tiempo, al paso que va. Pues a nadie se le ha ocurrido decir que en Francia está más asegurada la libertad con el sufragio universal que en Inglaterra con el sufragio restringido.

En Bélgica no tiene seguramente mayor extensión el Jurado que la que tiene en Rusia, y tampoco he conocido hasta ahora ninguno que haya tenido el mal gusto de creer que Rusia es tan liberal como Bélgica.

No, Sres. Diputados; los procedimientos radicales muchas veces son contrarios a la libertad, y eso es natural, porque las sociedades no se regeneran sólo con la política; la política necesita la base de la educación, y los pueblos que no están suficientemente ilustrados para admitir? (Rumores) Ya sé yo que me van a decir los conservadores: esa es nuestra teoría; allá iré yo después con los conservadores. (El Sr. Isasa: Hasta ahora vamos bien.) Los pueblos, decía, que no están suficientemente ilustrados para admitir ciertos procedimientos y ciertas instituciones, en lugar de obtener el resultado consiguiente de su acertado y oportuno planteamiento, al fin de la jornada se encuentran desengañados, y más que desengañados, engañados.

Por manera, señores, que el partido democrático es más radical que el partido liberal; pero no por eso ama menos la libertad que el partido democrático, y no por eso la persigue con menos ahínco.

¿Es que estas diferencias que existen entre el partido radical y el partido liberal los hacen incompatibles y les impiden ayudarse mutuamente? Al contrario; estas diferencias complementan la organización política liberal de España, como la complementan en otros países europeos. Realmente no rechaza el partido liberal los principios de la escuela democrática; no hay más que esta diferencia; nosotros creemos que esos principios son ideales a los que algún día se podrá llegar, y vosotros creéis que es una cosa corriente su inmediato y fácil planteamiento; pero siendo esta sola la diferencia, claro está que nos podemos entender perfectamente.

El partido liberal, como ha dicho muy bien ex abundantia cordis el Sr. Moret, es y debe ser por interés de todos, vanguardia del partido liberal, avanzada que estimula, que alienta, que da seguridad a los movimientos del cuerpo de ejército, pudiendo suceder en más de una ocasión que la avanzada y el cuerpo de ejército se junten, y unidos luchen y venzan. Esto es lo que sucede en otros países; esto es lo que hacen los radicales en Inglaterra, ayudando al partido liberal-monárquico, no sólo fuera, sino dentro del Gobierno; [4817] y esto es lo que hacen los republicanos italianos, que ayudan al partido liberal-monárquico, no sólo tomando participación en las contiendas políticas, sino que también formando parte de sus Ministerios. ¿Es que los partidos liberales en Italia, en Inglaterra y en otras partes prescinden por eso de sus ideales? De ningún modo: los persiguen con perseverancia; pero comprendiendo que no pueden inmediatamente realizarlos, ayudan a todo Gobierno que marcha en su dirección. Y lo hacen porque los partidos afortunadamente han abandonado aquel carácter de exclusivismo y de intransigencia que antes tenían, y no se limitan ya a hacer política en beneficio y a gusto del partido mismo; hacen política en beneficio del país y a gusto de sus fuerzas vivas; y claro está que cada partido al hacer esta política, lo hace imprimiéndole su sentido, imprimiéndole el carácter de sus ideales y de sus tendencias.

De manera que el partido liberal acepta con mucho gusto, desea que continúe, y hará todo lo posible para merecer la benevolencia democrática; pero claro está que no puede vivir más que a merced de sus propias fuerzas y de su propio programa. En aquellas y en éste se apoya y se mantiene; con estos elementos ha emprendido su camino: si en él encuentra quien le ayude, lo agradece, y tanto mejor que así pueda realizarlo. Si encuentra obstáculos que le detengan, luchará por vencer, y si es vencido habrá cumplido con su deber.

Y voy ahora al partido conservador, porque ya quiera yo que el partido conservador, en las diferencias que ha establecido entre los partidos liberal y democrático no aceptara más que esas diferencias para sus ideales, con lo cual ganaría mucho el país, porque el partido conservador sería más liberal y podríamos ir más adelante sin temor ninguno a la práctica de la libertad. Pero el partido conservador a fuerza de querer ser travieso es un verdadero inocente.

Hasta hace poco tiempo ha estado diciendo que las reformas liberales de este Gobierno llevaban las instituciones al precipicio; que todas sus disposiciones eran actos anárquicos, y que con ellos y la marcha que había adoptado el Gobierno, y sobre todo con haber adoptado la benevolencia democrática, la sociedad corría graves contingencias, la autoridad quedaba sin prestigio, y no era posible el orden; de manera que hasta hace poco estábamos perdidos con las ideas del Gobierno.

Pero los hechos vienen a desmentir los pronósticos del partido conservador, y resulta que la práctica de la libertad y el desarrollo del libre ejercicio de los derechos individuales no han puesto en peligro ninguna institución, no han quebrantado ningún Poder, ni han perturbado ningún elemento social; y entonces, aprovechándose del disgusto, fundado o no, que esto no he de discutirlo ahora, de algunos amigos nuestros que creen que no corremos lo que debemos correr, varían de táctica y dicen: aprovechémonos de este descontento; y aseguran lo contrario; que en lugar de esa política anárquica que nos lleva al precipicio, lo que hacemos es política conservadora y seguir sus principios.

La estrategia es tan burda, que no hay para qué discutirla.

Es más: los mismos elementos más avanzados, los mismos periódicos que cogen vuestros argumentos, y hacen bien, como estrategia y medio de combatir al Gobierno, los mismos periódicos se ríen de vuestra travesura, porque saben bien que el partido conservador combate a este Gobierno porque es liberal y no puede menos de ser liberal; que combate nuestras medidas porque son liberales; que combate hasta con encarnizamiento los proyectos de ley que presentamos en las Cortes, porque están inspirados, como no pueden menos de estarlo, en un espíritu liberal que a vosotros asusta.

Y vamos a ver las diferencias que hay entre el partido conservador y el partido liberal, y se verá como son mayores que las que hay entre el partido radical y el partido liberal; que al fin y al cabo estas últimas no son más que de procedimiento, de oportunidad y de tiempo. Nosotros queremos también los principios que ellos proclaman; lo que no creemos es que se puedan aplicar en el momento; pero entre vosotros y nosotros hay diferencias esenciadísimas.

Y vamos a ver estas diferencias, y al mismo tiempo demostraré a mis amigos los descontentos que no tienen razón para estarlo, porque este Gobierno, del que se dice que ha hecho pocas reformas, voy a demostrar que en igual tiempo no ha habido Gobierno alguno que haya hecho más, ni siquiera tanto.

El partido liberal proscribió la absurda teoría de los partidos legales e ilegales, declarando que legales e ilegales no había más que los actos, y que mientras estos actos no pusieran fuera de la legalidad al ciudadano o al partido, el partido y el ciudadano podían moverse libremente y practicar sus ideales dentro de las instituciones. Esta no es teoría del partido conservador, porque nosotros hemos encontrado establecida la contraria, y la hemos tenido que romper.

El partido liberal ha vuelto la libertad a la ciencia y sus cátedras a los profesores arrojados arbitrariamente de ellas: Castelar, Samerón, Giner de los Ríos pueden volver a ocupar sus puestos profesionales sin otra limitación que las que impone a todo ciudadano el Código penal. ¿Son estas las doctrinas del partido conservador? De ninguna manera: nosotros hemos encontrado establecidas las doctrinas contrarias y las hemos tenido que contradecir con los hechos.

El partido liberal ha permitido el desenvolvimiento de todas las fuerzas políticas del país, la manifestación de todas las ideas y la organización de todos los partidos: Figueras y Pí y Margall han podido salir por campos, aldeas, villas y ciudades proclamando, sin que nadie les moleste, sus ideas sinalagmáticas y anti-sinalagmáticas.

El partido liberal ha establecido en la ley provincial las bases del censo más aproximado posible al sufragio universal, y gobierna con una libertad práctica tan grande, tan general, tan extensa como pueda tenerla el país más libre del mundo.

El partido liberal ha regenerado la Hacienda, ha levantado el crédito nacional unificando y convirtiendo la deuda y dando garantías de seguridad de que la Nación española es desde hoy una Nación tan solvente como pueda serlo cualquiera otra Nación del mundo. El partido liberal ha realizado el desestanco del tabaco en Filipinas, dando la libertad y haciendo ciudadanos y propietarios a 6 millones de indios verdaderamente siervos. El partido liberal ha llevado a las provincias de Cuba y Puerto-Rico reformas económicas en armonía con la libertad y con la fraternidad con que deben estar unidas a las demás provincias de España. El partido liberal ha dado un paso corto para el Sr. Moret, pero grande para otros amigos nuestros, que por haberlo dado precisamente se han separado de nosotros, en el camino del libre-cambio. [4818]

El partido liberal ha fomentado las obras públicas como no ha habido Gobierno que las haya fomentado en el mismo tiempo. El partido liberal tiene presentadas a las Cortes, sin que sea culpa del Gobierno que no se hayan discutido, la mayor parte de las reformas a que le obligaban sus compromisos; ahí está la ley de Diputaciones provinciales, que se está discutiendo en estos momentos; la ley de asociación, la de imprenta, los Códigos civil y penal, la ley de procedimientos, el Código de comercio, la ley de sanidad, de teléfonos, la organización de las carreras administrativas, y mañana vendrá la ley de canales: el Gobierno ha sacado a subasta todas las líneas de caminos de hierro que había dispuestas para ello; está haciendo en la actualidad 4.000 kilómetros de carreteras y está componiendo 10.000 que dejasteis en completo estado de abandono, y está evitando la ruina de los edificios históricos más importantes que tiene España.

¡Y se dice que el Gobierno ha hecho poco, y que anda despacio, y se quiere que ande más de prisa! Señores, consideradlo bien, recapacitadlo, examinad todos los trabajos hechos por el Gobierno o presentado a las Cortes, y yo tengo la seguridad de que en conciencia habréis de reconocer que en tan poco tiempo nunca se ha hecho más, y que hay entre todas estas reformas dos o tres que por sí solas valen una situación y bastarían para acreditarla.

Pero, señores, ¿es que todas las reformas se quieren en un día? Eso es de todo punto imposible: a ningún Gobierno, a ningún partido se le ha impuesto semejante tarea: observad lo que pasa en los demás países, y veréis cómo los partidos que de liberales se precian, muchas veces no dejan a su paso por el poder más que una sola reforma y se dan por muy satisfechos.

Es verdad que aquí no hemos ido siempre despacio; pero ha sido precisamente por lo que decía el señor López Domínguez: porque el partido liberal no ha llegado nunca al poder en las condiciones en que ha llegado ahora, y resultaba que como no tenía día seguro, y además llegaba al poder cargado de exigencias, tenía que aprovechar el poco tiempo de que podía disponer y tenía que precipitar sus disposiciones. Pero ahora, ¿quién apremia? ¿Qué prisa tenemos? ¿Hay alguna necesidad de precipitarnos? Claro está que no nos debemos parar; pero ¿precipitarnos? Tan peligroso sería andar demasiado de prisa como estacionarse.

Pues bien, señores; yo he de hacer todo lo posible, y si no, creería faltar al más ineludible de mis deberes, si mientras tenga alguna influencia en el Gobierno no contribuyera a que el partido liberal haga una política de concordia y de atracción tal como la comprendía y admirablemente la explicaba mi distinguido amigo el Sr. Moret; yo procuraré, y si estoy en el Gobierno claro es que lo podré quizás conseguir, que las fracciones democráticas que están suficientemente preparadas puedan vivir tranquilamente y desenvolver sus ideales dentro de la Monarquía, teniendo la debida participación en la gobernación del Estado, y disfruten en las esferas del gobierno las consideraciones que les son debidas.

Claro está, Sres. Diputados, que esta política de libertad es la que se necesita. Hablemos con franqueza: ¿por qué no hemos de contribuir todos a hacer esa política de libertad, que es la que necesita más lastre y más fuerzas? Si con estas condiciones y con esta promesa que yo hago al Sr. Moret quiere la fracción democrática continuar dispensándonos su benevolencia, el Gobierno la agradecerá; pero S. S. comprenderá que con otras condiciones no la podría aceptar.

Y ahora, al mismo tiempo que contesto al señor general López Domínguez, voy a hacer algunas aclaraciones respecto de algo que tengo que decir al Sr. Moret.

El señor general López Domínguez ha hecho una historia de lo que era el antiguo partido constitucional, y nos ha referido cómo se reunió en el Circo del Príncipe Alfonso; cómo aceptó aquella legalidad y cómo aceptó la Constitución de 1869, no literalmente, porque el Sr. López Domínguez recordará que yo dije que aceptaba el espíritu de la Constitución de 1869, porque yo no había hecho jamás ni haría un pacto con el error, y no podíamos menos de declarar que aquella Constitución tenía errores que nuestro partido tenía que rectificar, pero yo levanté esta bandera en el Circo del Príncipe Alfonso: la legalidad existente con la Constitución de 1869, rectificando los errores que tuviese.

Con esa bandera fuimos a las elecciones, y con esa bandera vinimos aquí los que pudimos, y aquí la defendimos como buenos. Yo propuse a aquel Gobierno que modificara la Constitución de 1869, por lo mismo que reconocíamos que tenía errores, pero que no acometiera la empresa de sustituir en absoluto una Constitución con otra, porque con esto se podría establecer el precedente fatal de que vinieran otras Cortes e hicieran lo mismo. En ese sentido defendí la Constitución de 1869 hasta donde pude, como la defendieron también todos los demás que hacían entonces conmigo la oposición bajo el punto de vista del partido constitucional.

Aquellas Cortes hicieron una Constitución: nosotros seguimos sosteniendo todavía la Constitución de 1869, por lo menos en su espíritu; seguíamos sosteniendo los derechos individuales como los sostenemos hoy; pero algunos amigos míos, muy leales dentro del partido, creyeron que una vez hecha la Constitución había llegado el momento de que nos uniéramos con el centro parlamentario, que se había unido al partido conservador para hacer una legalidad común, adelantándose en este punto a lo que nosotros hicimos después, y empezaron a hacer lo que ahora se llama atmósfera acerca de la necesidad que había de unirse esas dos agrupaciones, el partido constitucional y el centro parlamentario, con tanta mayor razón cuanto que el centro era una rama desgarrada del árbol del partido constitucional, que había ido nada más que de paso para hacer, como he dicho antes, una legalidad común, cerca del partido conservador.

Pues yo que tengo el valor de mis convicciones, debo declarar aquí que el constitucional más refractario a esa idea fui yo, porque he creído siempre que el partido constitucional se bastaba y se sobraba para llegar al poder y realizar en él sus compromisos; pero entonces como ahora creían algunos amigos míos que me equivocaba, y que era imposible, y que el partido constitucional tendría que permanecer constantemente en la oposición, y que yo era el obstáculo más grande para que el partido constitucional subiera al poder. (Muy bien, muy bien.)

Hasta ese extremo llegaban mis amigos, y hubo momentos en que creí quedarme solo.

Pero en fin, después que tuve la fortuna de hablar con algunos de los hombres que componían el centro parlamentario; después de ver cuál era su espíritu; [4819] después de ver que no tenían inconveniente en aceptar íntegros los principios del partido constitucional y desenvolverlos en el poder, yo no tuve inconveniente ninguno en seguir a mis amigos en su tendencia a la fusión, y entonces en efecto cedí a la presión de mis amigos, y después de una conferencia en que arreglamos el programa, yo tuve la honra de exponerle, y era éste: Constitución de 1876 y los principios del partido constitucional por completo, en absoluto, tal como los habíamos defendido desde aquellos bancos. (Muy bien.)

Por consiguiente, ¿qué dificultad ha de haber para desenvolver estos principios? Ninguna. Si es la bandera de los que hicimos la fusión; si la hicimos en esas condiciones, y en vez de fusión lo que se formó fue un partido, no hay ninguna dificultad, absolutamente ninguna. Ahora, se decide, ha venido la cuestión del juicio oral y público, y no se ha traído el Jurado. ¡Ah señores! ¡No se ha traído el Jurado! Pero ¿se puede obligar a un Gobierno a que todas las reformas, aun las más graves, aun las más importantes, aun las que mayor trascendencia pueden tener en el estado social de nuestro pueblo, las traiga en un día dado, en un instante dado? ¿Qué ha hecho el Gobierno respecto de esta cuestión?

Que el Gobierno está comprometido a establecer el Jurado, y lo establecerá; pero quiere que se establezca en condiciones de viabilidad, en condiciones de estabilidad, de modo que no pase lo que pasó en la época anterior en que se estableció el Jurado, y para eso quiere no sólo estudiarlo detenidamente, sino ver si con los demás partidos encuentra una fórmula que sea generalmente aceptada, y una vez encontrada, establecer esa institución que existe hoy en toda Europa. ¿Y qué tiempo ha pedido el Gobierno para todo esto, para una cosa tan delicada? Ha pedido cuatro o cinco meses, y ahora menos, porque todavía ese plazo que me da el Sr. Linares Rivas lo considero muy largo; yo lo acorto, y creo que antes de cinco meses tendré el gusto de volver a ver aquí a S. S., y en uno de los primeros días útiles se presentará el proyecto relativo al Jurado.

Señores Diputados, ¿es posible que por una cuestión de procedimiento, que por el aplazamiento tan corto de una reforma tan importante se separen de mi lado algunos amigos míos? (El Sr. López Domínguez pide la palabra para rectificar.) Y esto es tanto más extraño, cuanto que mi distinguido amigo el Sr. Moret no ha debido hacer argumento del disgusto que puedan tener los correligionarios a que me he referido. Su señoría suponía que el aplazamiento del Jurado era una medida que acreditaba la hostilidad que el Gobierno tiene a las ideas liberales, y yo le voy a hacer el argumento contrario. Si eso es verdad, ¿cómo se explica que en la otra Cámara haya parecido bien este aplazamiento a los correligionarios de S. S.? Esos correligionarios suyos serán, pues, tan reaccionarios como el Gobierno, y aun mucho más reaccionarios que mis amigos los Sres. López Domínguez y Linares Rivas. ¿Quién se equivoca: sus amigos de aquí o sus amigos del Senado? Porque tan demócratas son aquellos como S. S., militan en la misma escuela, se llaman de la misma manera, y sin embargo de eso, les ha parecido bien el aplazamiento. Así que mis amigos podrán hacer el argumento que S. S. ha usado; pero no lo debe hacer su señoría. Por lo menos en ese punto está dividida la democracia.

Su señoría ha hablado también de la ley provincial, y yo tan sólo he de decir que aun con los defectos que S. S. la ha puesto es más liberal y más descentralizadora que la ley de 1870, hecha con el concurso de los amigos de S. S., siendo Ministro de la Gobernación D. Nicolás María Rivero, padre de la democracia española. Es fácil en la oposición poner defectos a las leyes; pero cuando se está en el poder suelen no reconocerse como tales, y yo creo que S. S. no estaba entonces muy lejos de aquel Ministro de la Gobernación, y no echó entonces de menos nada de lo que ahora le parece tan indispensable.

No debe ser tan malo el proyecto de ley provincial, aun bajo el punto de vista de S. S. cuando una persona tan ilustrada y tan competente en esa materia como su distinguido correligionario el Sr. Puigcerver, no solamente lo ha aceptado como lo mejor posible en el momento, no solamente no ha puesto dificultad alguna en la Comisión, sino que yo creo que ha extendido el dictamen y le ha defendido, no sólo con la autoridad que le dan sus conocimientos, sino en ciertas reformas con entusiasmo.

Por consiguiente, ¿qué importa ya a S. S. haber hecho la declaración de que el proyecto es bueno? ¿Es que quiere S. S. que en la cuenta que hace los favores que ha obtenido el Gobierno con la benevolencia democrática, y de lo que el Gobierno ha hecho, resulte que sale S. S. perdiendo, que el Gobierno ha recibido mucho y S. S. ha recibido poco? Pues yo se lo concedo a S. S. sin necesidad de que S. S. nos diga que son malas leyes que son buenas, y que no son liberales leyes que verdaderamente lo son.

Otro de los cargos que el Sr. Moret ha hecho al Gobierno, se ha referido a la cuestión del juramento; porque no he de ocuparme de la base 5ª, supuesto que ya sabe S. S. las dificultades que hemos tenido, y cómo al fin y al cabo se ha dado un paso adelante en esta cuestión que rechazaba en mucha parte el país, que rechazaba con gran ahínco no sólo el partido conservador, sino muchos de nuestros amigos, y todavía no hemos podido resolverla por completo, aun con los temperamentos suaves y de transacción que el Gobierno no ha aceptado siempre cuando se gobierna.

Pues bien; la cuestión del juramento se toma asimismo como barómetro del mayor o menor liberalismo del Gobierno. Vamos a ver qué es lo que ha habido respecto de esa cuestión.

Desde el primer momento el Gobierno dijo que esa cuestión era de la exclusiva competencia del Congreso y del Senado, y que al Congreso y al Senado dejaba que la resolvieran (El Sr. Becerra pide la palabra), pero reservándose el Gobierno el derecho de ver y en su caso intervenir, si en la fórmula que definitivamente se adoptara no se guardara a los altos Poderes del Estado la consideración y los respetos que le son debidos.

Este cuidado exquisito que el Gobierno pone en no inmiscuirse en las modificaciones de los Reglamentos por que se rigen los Cuerpos Colegisladores, es lo verdaderamente liberal, y sin embargo es lo que disgusta al Sr. Moret y a sus correligionarios, y lo que por lo visto no satisface tampoco a mis antiguos amigos los señores López Domínguez y Linares Rivas.

Señores, ¡qué ofuscación! Si hoy con motivo del juramento, y mañana con cualquiera otro motivo, el Gobierno interviene en la confección o en la modificación de los Reglamentos de los Cuerpos Colegisladores, y con su intervención echa el peso de su opinión y de su autoridad en las resoluciones que al Gobierno le convenga adoptar, ¡ah señores! Se habrá perdido por [4820] completo la libertad parlamentaria, o por lo menos se habrá perdido en la extensión que viene disfrutándose en este país; porque si por convenir hoy a los partidarios intervenga en ese sentido, el Gobierno lo hace así, mañana, por convenir así a los partidarios del statu quo, intervendría el Gobierno de entonces, en cuyo caso las reformas de los Reglamentos de los Cuerpos Colegisladores estarían a merced y al capricho de los Gobiernos, y desaparecería de hecho la libertad parlamentaria, que debiendo ser roca inmóvil, aunque expuesta a los embates del mar, se convertiría en frágil barquilla que sería arrollada por sus furores.

Podría venir un Gobierno como el del Sr. Bravo Murillo, que quisiera reglamentar por sí a los Cuerpos Colegisladores, y entonces dependería de la voluntad de los Gobiernos y del mayor o menor liberalismo de los Ministerios la libertad de las discusiones parlamentarias, la libertad de la tribuna, que, como he dicho antes, es la más preciosa de todas las libertades. No es, pues, que el Gobierno haya vacilado en este punto.

Señores, esta cuestión ha presentado dos fases distintas. En un principio se habló al Gobierno de la necesidad que había de reformar el precepto reglamentario para ponerle en consonancia con la Constitución del Estado.

El Gobierno entonces no vaciló, y dijo: sí, es necesario hacer eso; cuéntese con el Gobierno y cuenten las Cortes con la opinión y el voto del Gobierno. ¿Por qué? Porque entonces, señores, se trataba de hacer efectivo un precepto constitucional; porque entonces se trataba de poner en armonía los Reglamentos de las Cámaras con la ley fundamental del Estado; porque entonces se trataba de que a un español que fuera elegido Diputado a Cortes y no fuese católico, no se le obligase a jurar por los Santos Evangelios, porque la Constitución dice que todo español es apto para ejercer todo cargo público. Por consiguiente, desde el momento en que hay un Reglamento que impone esa fórmula a uno que no sea católico, el Gobierno debe procurar que todas las leyes sean efectivas, y por lo tanto estaba dispuesto a apoyar la reforma del juramento.

Pero después el asunto se presentó bajo otra fase y se dijo: ¿para qué se ha de poner la fórmula del juramento en consonancia con la Constitución del Estado? Lo mejor es suprimirla, y no habiendo fórmula no hay necesidad de hacer nada. Ya la cuestión en este terreno, no tenía el Gobierno que decir nada ni para hacer efectiva ninguna ley ni para que la Constitución se cumpliera, porque es de advertir que al Diputado no se le impone el juramento por la Constitución del Estado ni por ninguna ley: es un precepto reglamentario que le imponen las Cortes; es una formalidad que las Cortes exigen para su propia constitución interior; pero no hay ley ni Constitución que obligue a los Diputados a prestar el juramento; y desde el momento en que se trata de conservar o suprimir la fórmula del juramento, no tiene el Gobierno para qué intervenir en esto: es una cuestión exclusivamente reglamentaria, que debe resolverla el Congreso y el Senado.

Y tan es reglamentario, no sólo aquí, sino en otros países, que se observa en algunos que hay un Cuerpo Colegislador que jura, y el otro no; esto sucede en Austria-Hungría y en algunos Estados de Alemania, donde se conserva la fórmula del juramento en un Cuerpo Colegislador y no en el otro. ¿Y por qué? Puramente porque es un precepto reglamentario, y cada Cuerpo es árbitro de establecer las disposiciones reglamentarias que para su régimen y gobierno tenga por conveniente. Sin embargo, yo puedo asegurar que la opinión del Gobierno en este punto es unánime; pero el Gobierno no quiere influir como tal en la resolución de cuestiones reglamentarias, porque cree que eso es lo más liberal, y no quiere intervenir hoy en ese asunto, para no dar lugar a que mañana venga otro Gobierno a influir en sentido opuesto.

Por lo demás, tampoco la cuestión del juramento es un principio político, ni ha constituido nunca parte integrante del credo de un partido determinado. Yo no lo he visto consignado en programa alguno, ni debe ser cuestión fundamental, ni ha separado nunca a los partidos políticos en ningún país.

El juramento no separa seguramente a los thorys y a los wighs en Inglaterra, ni separa tampoco al partido católico del liberal en Bélgica; ni Gladstone se ha considerado derrotado porque en la Cámara se haya quedado, con motivo de la cuestión del juramento, en minoría, y aun haya resultado en contradicción con alguno de sus compañeros de Gabinete. ¿Y por qué? Porque no es cuestión de libertad o reacción en ningún país; y una prueba de esto es, que precisamente los países que pasan por más liberales en el mundo conservan la fórmula del juramento; ahí tenéis la Suiza, la Bélgica, la Holanda, el Portugal y la Italia.

En todos los países conocidos como más liberales se conserva el juramento, y sólo flaquea en aquellos países que no son conocidos como liberales, como por ejemplo, en Alemania y en Austria-Hungría. De manera que si fuera el juramento cuestión de libertad y de progreso, parece que debiera mantenerse el juramento es esas Naciones, y debieran suprimirlo las Naciones que pasan por las más liberales del globo. Por consiguiente, es necesario persuadirse que porque exista el juramento, que por conservarle no es una Nación ni más ni menos liberal; y como el Senado y el Congreso pueden resolver la cuestión como lo tengan por conveniente, el Gobierno no tiene en esto más que hacer que si se adopta una fórmula en sustitución del juramento actual, procurar que se guarde el debido respeto a las instituciones y leyes fundamentales del país.

Tengo la esperanza, esperanza para mí muy lisonjera, de que la pequeña desviación ocurrida por la interpretación, por el aplazamiento o por el modo de plantear una ley, ocurrida entre el Gobierno y los señores López Domínguez y Linares Rivas, será pasajera; porque el deseo persuade mucho, y como el general López Domínguez ha dicho que deseaba estar al lado del Gobierno y no separarse de la mayoría, yo espero que ni el Sr. López Domínguez, ni el Sr. Linares Rivas, ni otros de los que parecen descontentos, se separarán de la mayoría ni del Gobierno, porque el Gobierno no les ha dado motivo.

Y no se lo ha dado, créame el general López Domínguez, porque el Gobierno, en el poco tiempo que lo es, no ha podido hacer más de lo que ha hecho, dadas las grandes dificultades que ha tenido que vencer, sobre todo en las cuestiones de Hacienda a que ha tenido que dar solución, y de las cuales no he querido hacerme cargo por no molestar demasiado la atención de los Sres. Diputados.

Los amigos del Gobierno, por el hecho de serlo, lo menos que pueden hacer en su favor es dejarle la iniciativa en la aplicación, en el cumplimiento de las reformas que tiene que hacer, en el orden y en la época [4821] en que deben hacerse. Porque si esto no se hace, ¿qué se le deja al Gobierno? Esta es la única concesión que yo pido a los amigos. Porque no basta decir "que el Gobierno cumpla sus compromisos, y estaremos a su lado, " si luego por la cosa más pequeña se dice: "no los ha cumplido, y me separo de él. "

Los Gobiernos, hasta por sus adversarios, deben ser juzgados, no por pequeños detalles, no por pequeñas cuestiones de procedimiento, sino por sus tendencias generales, por sus líneas generales de política y de conducta, por el carácter de aquella, por las opiniones que hayan manifestado; pero discutirlos y juzgarlos a cada momento, en cada día, por esta o por la otra disposición, por este o por el otro pequeño incidente, es hacer imposible su vida. Esto puede tolerarse a los adversarios; pero créame el general López Domínguez, no se puede admitir de los amigos, a quienes me parece que no es mucho exigir que ayuden a vivir a los Gobiernos de su partido.

Los verdaderos amigos, cuando ven que otros amigos suyos no siguen el camino derecho, deben con efecto llamar su atención para que sigan el que ellos conceptúan más derecho, aunque muchas veces hay que advertir que siguiendo el camino recto se llega más tarde que siguiendo otro camino en el cual haya que dar alguna pequeña vuelta.

Pues bien; lo que yo pido, y no es mucho pedir, a nuestros amigos, es que tengan alguna confianza. Enhorabuena que los adversarios, haciendo uso de su derecho, desciendan a pequeños detalles; pero los amigos no deben juzgar al Gobierno sino por sus principios, por sus líneas generales, por el carácter general de su política y por sus principales tendencias.

Y luego, Sres. Diputados, hay que tener en cuenta lo que la precipitación significa. Yo he dicho que quiero marchar con mucha prudencia, y sin embargo, todavía no he marchado con toda la que deseaba marchar. Nosotros hemos llevado a cabo en poco tiempo muchas reformas de todas clases, y es la verdad que la tendencia general en España, que la tendencia general de esas reformas va verdaderamente hacia la izquierda; que aceptamos de la izquierda algunas de sus soluciones, pero que debemos tomarlas con aquella moderación necesaria para establecer y consolidar esas mismas reformas, a fin de conseguir que como obra de la madurez y de la experiencia, puedan en su día ser respetadas por todos los partidos.

Y yo a este propósito debo recordar al Sr. Moret unas palabras de un hombre insigne cuya muerte todos lamentamos, y que fue, digámoslo así, el director y el jefe de la democracia en España. El Sr. D. Nicolás María Rivero decía: la libertad se conquista con el valor, pero sólo se establece y mantiene con la prudencia. Pues bien; afortunadamente nosotros, ni aún el valor hemos necesitado para conquistar la libertad, porque la hemos tenido gracias a la imparcialidad con que a todos, los partidos políticos se les facilitan los medios de realizar sus ideales, y gracias a la sinceridad con que hoy se practica en España el régimen constitucional.

Pero si no hemos necesitado el valor para conquistar la libertad, si la libertad es hoy un hecho, gracias a la buena fe de un Monarca verdaderamente constitucional, no la derrochemos por eso, no hagamos con ella lo que con la herencia de sus mayores hizo el hijo pródigo. He dicho.

El Sr. PRESIDENTE: Se suspenden esta discusión. [4822]



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